miércoles, 1 de mayo de 2013

Tres Heroínas en un Laberinto

El pasado 26 de abril se estrenó en la recientemente inaugurada, y muy acogedora, sala Nave 73 de Madrid la obra Heroidas (Medea-Ariadna-Fedra), con texto de Manuel Benito y una servidora, dirigida magistralmente por César Barló, y con Beatriz Llorente, Patricia Domínguez del Pino y Nora Gehrig en los papeles de cada una de las tres heroínas mitológicas. La iluminación y la escenografía, como muestra de la cual os dejo esta fantástica foto tomada por Julio Martínez, corrió a cargo de Rosa M. Sánchez y el vestuario, de Elsa Miguel Leal. En resumen, todo un equipazo con el que ha sido un honor y un placer con mayúsculas trabajar.
El Hades, el Laberinto, la espiral eterna.
Escenografía de Rosa M. Sánchez. Fotografía de Julio Martínez


Colgar focos, sujetar barras, trepar por vertiginosas escaleras, pasar la mopa una y otra vez por el suelo de la sala (¡tenía que estar perfecta!) y ajustar los tramos de cinta correspondientes a cada uno de los pasillos de nuestro laberinto me dejaron en los brazos un dolor de agujetas que resultó ser la señal palpable de la ilusión y la entrega de quienes estábamos allí. La mía, particularmente, se podría muy bien resumir en aquella frase de "si esto no es amor al teatro, no sé qué puede ser...".

Culminaba un proceso de varios meses que venía gestándose desde hacía otros muchos: el punto de partida es, hasta donde yo sé, algún buen día de septiembre de 2012 en el que César, alumno -como yo misma- de la primera promoción del Máster de Teatro y Artes Escénicas del ITEM, propone aunar el trabajo académico y filológico en que el Instituto del Teatro ya destacaba con la práctica teatral, en una serie de proyectos denominados Tres Vías. En su seno, al amparo de esta idea del entusiasta, emprendedor y genial director se unirían escenógrafos, autores, directores, filólogos y actores. La idea de participar en alguna de estas tres "vías", Vía Grecolatina, Siglo de Oro y Contemporánea, tuvo una acogida amplísima desde el momento en que el proyecto se hizo público para los miembros de las diversas promociones de nuestro Máster. Y ahí, a la sombra del carisma de César Barló, es donde entro yo, filóloga filologuísima, autora en ciernes que necesita escribir para respirar y amante del teatro en todas sus vertientes: al intuir un ámbito de trabajo que una la Antigüedad grecolatina con la teoría y la práctica teatral hasta un punto que hasta ahora había soñado tan sólo, los ojos me hacen chiribitas y, durante varias mañanas consecutivas, apenas puedo concentrarme en nada que no sea participar, ¡como sea!

Desde los primeros cafés tomados conjuntamente, director y filóloga parecemos estar en la misma onda. Barajamos algunas ideas iniciales (¿tal vez el Rudens?, propuesta del ilustre Antonio López Fonseca... ¿Tal vez Eurípides?, que siempre me resulta completamente actual), hasta que la chispa surge de la pluma de Ovidio. Leer las Heroidas es mantener con las mujeres que escriben las cartas a sus amantes, que las han traicionado o abandonado, o que esperan el desenlace (que sólo puede ser trágico) de sus historias, un diálogo siempre vivo, siempre creciente, siempre en evolución. Parece que te hablan desde las páginas. Caer en manos de César el libro y caer él enamorado de la poesía del autor latino, todo fue uno. Y la elección de los tres personajes en los que nos centraríamos, a pesar de momentos de duda y miedos diversos a precipitarnos en tópicos, no podía haber sido otra: dejaremos para otra entrada, tal vez, una explicación más detallada de mis viejas obsesiones mitológicas en torno al personaje de Teseo, y entonces, quienes no me conocen, hallarán en esto que digo pleno sentido.

Medea, Ariadna, Fedra, víctimas de hombres diversos que vienen a ser el mismo, con independencia del nombre que reciban, se encuentran en determinados momentos de su vida con el héroe ateniense. Representantes de tres edades diferentes del ser humano (madurez, juventud, adolescencia), de tres modos diversos de ver la vida (desde la amargura de quien acaba de recibir la traición hasta la inocencia del primer amor inexorable), de tres mujeres y de una única mujer, Medea, Ariadna y Fedra luchan contra la capa de polvo espeso de la fama ajena, se revuelven por salir del mundo de los muertos que es a la vez isla desierta, palacio opresivo y laberinto cretense, se rebelan -y lo hacen con furia y firmeza- contra el olvido definitivo.

Tanto amor al teatro y a la Antigüedad, tanto talento y tanto corazón como el que se ha reunido en este equipo, sólo podía dar como resultado a partir de una chispa, de una semilla mínima (aun cuando los cimientos ovidianos sean firmes como rocas, eso sí) un montaje tan hermoso, serio y contundente como el que acaba de salir de las sombras. Está todavía reciente, apenas estrenado.

Pero, lo sabemos, llegará todavía a multitud de espectadores a lo largo de este año.