domingo, 17 de febrero de 2013

Moscas, Erinis y poder (o el mito de Electra en el teatro, I)

Hace menos de una semana, digamos que por razones algo "espurias", ha caído en mis manos el drama de J. P. Sartre Las Moscas, una revisión de la Electra de Sófocles que hasta ahora no conocía. Como de costumbre, resulta un gustazo comprobar la vitalidad de los mitos y del aliento de los clásicos en otros clásicos, no tan antiguos, que escriben en lenguas contemporáneas y que, con palabras que no dejan de estar en boga, hablan de asuntos que la colectividad (acostumbrada a esa forma audiovisual nuestra de la transmisión de conocimientos) tiene más recientes. Así es en el caso de la Segunda Guerra Mundial, que constituye el fondo argumental de esta obra a la que dedico la primera de lo que preveo una pareja, tal vez tres, entradas destinadas a hablar de la pervivencia de esta parte del mito heroico argivo. Algo más, y con más mimo, si cabe, que el espacio que consagramos a Edipo en la entrada anterior. No está mal para ir poniendo una pausa a este silencio de más de un mes.

En fin, Las Moscas se escribió y representó en 1943. Los nombres de los personajes principales, las Electra y Clitemnestra, los Egisto y Orestes de Electra de Sófocles, cuyo estreno se remonta aproximadamente al 415 a.C., se mantienen en la versión de Sartre. Se mantiene, o se homenajea, el casus principal del argumento: el anhelo de venganza por el asesinato de Agamenón por parte de sus hijos, la esperanza de la joven protagonista por que llegue a su gris existencia el hermano exiliado, la estratagema para que el usurpador y la viuda de Agamenón crean que Orestes ha muerto y que ya no constituye un peligro. Y se mantiene el escenario, el nombre de Argos. Hay un palacio, unas estatuas y hasta un dios, un Zeus (llamado con su nombre latino en este caso) ambiguo y juguetón, a quien no parecen importarle en absoluto los sufrimientos de los hombres a quienes influye, más allá de la necesidad del cumplimiento del destino. Y hay un destino, un poderoso fatum al que los jóvenes Electra y Orestes se lanzan por necesidad irrevocable, como hicieran Clitemnestra y Egisto en su propia juventud, y que toma la forma reconocible de la Erinis, divinidad (a veces una, a veces triple) castigadora implacable de los crímenes de familia, que reclama la continuidad eterna de la matanza, la sangre para limpiar la sangre, y tras la que no es difícil encontrar referencias a la propia Guerra en la obra de Sartre. 

The Remorse of Orestes de William-Adolphe Bouguereau
El remordimiento, asunto central de la mayor parte de las representaciones pictóricas de Orestes, desde la Antigüedad hasta nuestros días, es seguramente la pasión más nombrada, explícitamente, en Las Moscas. No resulta explícita, en cambio, la idea del destino irrevocable, de la repetición sin fin de las muertes ni de la insaciabilidad de la violencia, aun cuando los personajes son conscientes de todo ello. También lo es la escenografía, que incluye una estatua de Júpiter concebido como un dios de la guerra y de la muerte, con los ojos ensangrentados. Los menos jóvenes. Clitemnestra y Egisto, parecen "estar de vuelta", ya han conocido el crimen, han manchado sus manos y, tal vez como medio de sobrellevar su propio arrepentimiento y hacerlo compatible con su poder absoluto, desprovisto de autoridad, alimentan deliberadamente el miedo como modo de gobierno. Quince años han transcurrido desde la muerte de Agamenón a manos de su esposa y su amante; durante quince años ha tomado forma y raíces una fiesta en la que los muertos, los de todos, salen del más allá para compartir mesa, lecho y tiempo con quienes lo compartieran en vida. Durante quince años nadie se ha rebelado y la sugestión es tal que todos creen padecer lo que Egisto les indica que han de parecer. 
Tras la hermosa anagnórisis con Orestes, Electra mostrará, en una intensa escena repleta de símbolos (el vestido blanco, los espíritus de los muertos, las moscas omnipresentes), que es posible liberarse, dejar atrás el miedo y castigar a los culpables, aunque hacérselo saber a los súbditos aterrorizados exige un alto precio, y en el proceso, ella misma y su hermano se empaparán en sangre que sólo los dioses sabrán lavar...



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